final alternativo

Mientras le vendaba los ojos, el verdugo comenzó a canturrear un antiguo himno religioso. El favorito de su hermana María cuando era niña. La infortunada esposa de Enrique VIII supo entonces que las tornas habían cambiado. A ciegas, como estaba, escuchó atenta los sonidos de una docena de espadas al ser desenvainadas. De una veintena de gargantas al gritar, horrorizadas. De un centenar de cuerpos que no eran el suyo desplomarse sobre el suelo. Cuando una mano suave y pequeña le retiró las ataduras, supo que todo había terminado.

Una hora después, las hermanas Bolena cabalgaban libres hacia la costa.